[Nota de Opinión] María Rox @duna_rox
Desde el coliseo.
Hace algunos milenios los grandes patricios de la sociedad romana se reunían entorno a la arena para ver a los gladiadores desplegar una serie de habilidades bélicas en combates armados. La aparición de horribles heridas, el derramamiento de sangre y la ocasional fatalidad, no eran escenarios raros e incluso solían exaltarse al calor de los gritos de la turba.
Años atrás leí un artículo de un escritor estadunidense que, al visitar el estadio Azteca, que aunado al clima y a la altura de la ciudad, así como el diseño del propio estadio, la cancha quedaba convertida en una fosa de sacrificios propia de un templo azteca. Decía que la gente parecía transfigurada y bestial coreando con toda la fuerza a la escuadra nacional.
Probablemente el decir que el fútbol nos transforma de pacíficos transeúntes en una turba iracunda no está nada alejado de la realidad. Vamos al estadio con el propósito de disfrutar de un espectáculo. Entre más vistoso mejor, entre más goles mejor. Queremos la redención en la cancha de cada peso pagado por el boleto.
Por eso cuando Lapuente declaró “si quieren ver espectáculo vayan al circo”, le llovieron los oprobios de la prensa y de la opinión general. Al final del día, ¿qué es el fútbol? Pues un entretenimiento. Ciertamente no solo es jugar por jugar, en el fútbol existe la estrategia, los planteamientos.
Hablar del otro lado de la valla de lo aburrido que es un planteamiento es fácil, pero no todos los partidos se pueden jugar igual. Siempre se agradecerá la existencia de escuadras cuya única estrategia es el buen trato del de cuadros y la búsqueda de la portería. Pero tampoco se puede dejar de lado la fortuna, esa diosa caprichosa, que un día hace que salga todo y al siguiente te hace caer a cinco minutos del final.
Así hemos tenido campeones del torneo mexicano que eran la antítesis del futbol. Toluca, en el 2010, bajo el comando del Chepo de la Torre, maximizó la idea de tocar el balón en todo el terreno en un pasmoso avance y el orden total en cada área de la cancha. Partidos donde cualquier ataque se daba de frente con una muralla impenetrable. Y así llegó a campeón, con un poco de fortuna, pues a los Santos se les fue el ídem al cielo y fallaron en la tanda de penales. Pero también hemos tenido campeones que le pasan encima a cualquiera, allí están el León del 2013, que nada más le recetó cinco goles en la final al América.
El técnico o ese artífice titiritero que le debe mover los hilos nada más y menos que a once jugadores, esta ante la disyuntiva de calcular y planear el desempeño ideal para obtener el mejor resultado. Por eso conoce a sus jugadores, sabe sus debilidades pero los compensa maximizando sus virtudes. Se debe ganar la confianza y hacer valer su autoridad nominal por medio de un liderazgo real. De nada sirve el exceso de carisma si sus jugadores no le hacen caso, pero tampoco la mano dictatorial si genera más miedo que compromiso.
Y normalmente al que queremos en aceite hirviendo es al técnico, a lo mejor estamos acostumbrados ver con ojos de amor a cada jugador y dejar pasar por alto sus fallas y por el contrario cuando cae de nuestra gracia, verlo como el peor jugador nunca existido. Nuestra opinión como público es subjetiva, válida porque existe la libertad de expresión, pero no está grabada en piedra.
Un culpable de nuestro apasionamiento pambolero son los medios. Desde los albores de este deporte ya sea por el radio, la televisión e incluso el Internet, el fútbol es un producto sumamente rentable que se puede vender por millones en todos lados.
Y no solo se paga por ver jugar, se paga por vestirse con la misma playera del cuadro favorito, la playera del ídolo aunque ni sea de este país. Ciertamente no hay enfoque justo, no todos los equipos reciben el mismo tratamiento. Los llamados cuatro grandes del fútbol, ocupan la mayoría de los espacios deportivos en televisión abierta. Son el producto estrella el de máxima comercialización.
Así que si tuviéramos que medir al Puebla como un producto, lleva años metido en un manejo ineficiente que no lo posiciona ni a nivel local. En mi idea inicial dije que el personaje que acude al estadio, va a ver un espectáculo, si por los siguientes minutos se aburre, no hay goles, o de plano hay un claro vencedor desde el minuto 1, difícilmente regresara para una segunda oportunidad. El que es seguidor del equipo carece de este sentido práctico, así sea un mal equipo, irá y lo seguirá haciendo. No va a ver el espectáculo va a perseguir la idea romantizada del futbol, de lealtad y aguante. Ambas posiciones son válidas. Al final cada quien tiene libertad económica para decidir qué hacer con su dinero.
En conclusión esperemos que el espectáculo se quede a nivel de cancha y que eso sea de lo que se hable siempre de nuestro equipo.
La opinión expresada en esta columna es responsabilidad de quien la escribe y no busca generar conflictos entre los involucrados, si no generar conciencia en cada lector.
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